Reseña: «Fernando III, el Rey que marcó el destino de España», de M. González Jiménez (2006).
«Este fue rey mucho mesurado et conplido de toda cortesía; et de buen entendimiento, muy sabidor; et muy brauo et muy sannudo en los logares do conueníe, muy leal et muy verdadero en todas las cosas que lealtad deuiese seer guardada. Pero que mucho l(e) temíen los moros, era dellos mucho amado; esto era por la grant lealtad que en el auíensiempre fallada. Et enxalçador de cristianismo, abaxador de paganismo, mucho omildoso contra Dios, mucho obrador de sus obras et muy husador dellas, muy cathólico, muyecclesiástico, mucho amador de la Iglesia, muy reçelador de en ninguna razón yr contra ella nin pasar contra los sus mandamientos. Rey de todos fechos granados, segunt que en la estoria es ya contado et departido en muchos logares, que sacó de Espanna el poder et el apremiamiento de los contrarios de la fe de Cristo, et les tolló el sennorío et los tornó al suyo a quantos al su tiempo eran. Muchos bienes ouo en si que non son aquí retraydos. En Dios touo su tiempo, sus oios et su coraçón, por que él siempre fue tenudo de l(e) ayudaret guiar en todos sus fechos, et de l(e) adelantar et guiar en todas ondras».
Con esta alabanza al rey muerto, la Primera Crónica General (771b) traza los rasgos salientes del reinado que marcó, de manera significativa, el destino de España, dado que, como ha señalado Luis Suárez Fernández, el proceso de expansión llevado a cabo por Fernando III hizo de Castilla una de las primeras potencias de Europa, rompiendo así de forma definitiva el equilibrio interior de la Península, ya que desde ese momento y en adelante el eje político de España quedaba en manos de Castilla.
Esta apreciación no resulta menor si se tiene en cuenta que el siglo XIII es el siglo de los grandes monarcas hacedores de reinos: Luis IX de Francia, el emperador Federico II, Enrique III de Inglaterra, Jaime I de Aragón. Y Fernando lo fue, a pesar de su rápidamente abortado proyecto de restauración imperial.
A este monarca de vida azarosa, dado que siendo infante de León se transformó en rey de Castilla, dedica Manuel González Jiménez una minuciosa biografía, que comienza con una «Introducción» (pp.7-26) que es, en realidad, un estado de la cuestión sobre la figura de Fernando III (1217-1252).
Una larga tradición historiográfica -fraguada en buena medida durante su propio reinado- lo considera como un rey guerrero, obsesionado hasta lo indecible por concluir la reconquista en la que puso el entusiasmo de un cruzado, campeón elegido por Dios para llevar a cabo un destino singular. Esto generó que tanto sus contemporáneos como los cronistas posteriores magnificaran su imagen hasta el punto de convertirla en paradigma del rey justo, conquistador y santo, lo que significó de hecho la instauración de un protoculto a Fernando, que se adelantó por casi tres siglos a su canonización.
Habría que esperar al siglo XVIII para que la historia del rey se despegue de los cauces trillados de las crónicas y de la hagiografía. Cupo al jesuita P. Andrés Marcos Burriel este mérito, con sus Memorias para la vida del santo rey don Fernando, obra escrita en base a la documentación conservada en archivos diversos, en particular el de la ciudad de Toledo.
En el siglo XX la bibliografía fernandina experimentará importantes progresos, a pesar de la manipulación que se hizo de su figura y obra durante el gobierno franquista. Será Antonio Ballesteros Beretta quien, con sus estudios dedicados a Sevilla en el siglo XIII, permita conocer documentos hasta entonces inéditos y dispersos en los archivos de la Catedral, del Ayuntamiento y de los monasterios de San Clemente, Santa Clara y San Leandro. Prosiguió luego su labor con una monumental biografía de Fernando III, que permanece aún inédita.
Ramón Carande, en la década del 20, dio a conocer un estudio en el que analizaba las transformaciones de la ciudad a raíz de la conquista cristiana, estudio en el cual Fernando III aparecía retratado más que como conquistador, como el verdadero impulsor de estos cambios.
De esta manera, la figura del rey ya no tenía necesariamente que ver con el hombre piadoso y guerrero cruzado sino con el monarca capaz de pensar transformaciones profundas para el entorno andalusí. En esta línea de análisis, hacia mediados del siglo pasado, Julio González estudió las conquistas de Fernando III en Andalucía y editó el libro del Repartimiento de Sevilla, obra destinada a marcar el curso de la historiografía, al descubrir un panorama nuevo sobre el tránsito de la comarca del dominio islámico al cristiano.
Pero, sin dudas, la obra fundamental de J. González, fruto de su madurez científica, es su libro Reinado y diplomas de Fernando III, publicada a comienzos de los ochenta. Todas las obras posteriores abrevan en él, ya sean las de divulgación o bien las de estudios puntuales, como la tesis doctoral de Ana Rodríguez López, que aborda la expansión y fronteras del reino castellano durante el reinado de Fernando III.
El panorama referido a la producción fernandina más reciente se cierra con tres obras colectivas resultantes de la celebración de sendas reuniones científicas. La primera recoge las Actas de las IV Jornadas de Historia Militar, celebradas en Sevilla en 1993, que se editaron en un número monográfico de la revista Archivo Hispalense, titulado «Fernando III y su época». La conmemoración en 1998 del 750 aniversario de la conquista de Sevilla dio pie a la organización y celebración de un Congreso Internacional. Por último, el VIII Congreso de Estudios Medievales se ocupó de Fernando III y su tiempo con ocasión del octavo centenario de su nacimiento.
El libro que reseñamos tiene «mucho de síntesis y de puesta al día, y algo también de investigación» (p.10). Producto de la pluma de Manuel González Jiménez, historiador erudito y exhaustivo, estudioso del siglo XIII sevillano y especialista internacionalmente reconocido en Alfonso X.
Gran «sabidor», don Manuel reconstruye con abrumadora solidez y pluma exquisita la vida y obra de Fernando III, recurriendo para ello a las crónicas, los fueros, los diplomas, la documentación salida de su cancillería; una imponente masa documental que es presentada y abordada siempre con rigurosidad científica y agudos comentarios, que se plasman en extensas notas aclaratorias, en las que pasa revista a las posturas historiográficas, las contradicciones entre las crónicas, las dificultades que plantea la determinación de algunos hechos de su reinado, entre otras cuestiones. Cualidades todas que resaltan la jerarquía de la obra, merecedora del Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías 2006.
Si bien la vida de Fernando es presentada de manera cronológica, comenzando con el nacimiento del futuro monarca y concluyendo con el proceso de canonización que transforma a Fernando III en el Santo, la forma de redacción y el planteo continuo de problemas nos alejan de los cánones tradicionales de las biografías.
Fernando III es Fernando y su época pero también es Fernando y las actuales lecturas que sobre él y su época lleva a cabo la práctica histórica. Si las crónicas registran detalles mínimos referidos a los conflictos militares o las tomas de ciudades, M. González Jiménez registra y toma el pulso de estos datos a la luz de las últimas aportaciones: no se trata, entonces, del dato como anécdota sino como reflexión y análisis de los enfoques referidos a la historia militar o política. Si los datos biográficos abundan, éstos se anudan y entrelazan para dar una verdadera visión prosopográfica. Si los diplomatarios y crónicas ofrecen visiones contradictorias, los aportes de la arqueología le permiten confirmar o refutar algunas de las hipótesis planteadas.
A lo largo del libro desfilan intrigas palaciegas -como las que conducen a la caída de los Lara-, proyecciones diplomáticas -expresadas en alianzas y pactos matrimoniales-, las relaciones entre monarquía y tradiciones forales -ejemplificadas en el Fuero de Córdoba y sus diversas interpretaciones-, la toma de plazas y ciudades, que conlleva al planteo de la cuestión de la conquista, re-conquista o Reconquista -tema al que el propio autor dedicara un importante estudio de síntesis-, el proyecto de organizar una cruzada al norte de África, las cuestiones de los límites y las fronteras, las tensiones y acuerdos con Portugal, el dominio de Andalucía, la actividad repobladora -tópico en el cual M. González Jiménez es un referente-, anécdotas familiares y de la vida cotidiana. Un ejemplo del detalle y la minuciosidad en la reconstrucción histórica lo ofrece el «Epílogo» (pp. 265-294), donde es presentado el proceso de canonización de Fernando y en particular las fiestas que en Sevilla tuvieron lugar en mayo de 1671.
Las fuentes utilizadas y la bibliografía consultada son detalladas en veinte páginas. Dos esquemas genealógicos, correspondientes a Fernando III y a los califas almohades, diversos mapas e ilustraciones y un útil índice onomástico cierran esta importante obra.
Sin duda, esta biografía será considerada como punto de partida para los estudios fernandinos del siglo XXI. Pero también será reconocida por expresar de manera íntegra y cabal las convicciones historiográficas de su autor. La historiografía española ha sido considerada, por muchos y durante mucho tiempo, como una «hermana menor» dentro del panorama historiográfico europeo, apegada al documento y ajena a las nuevas visiones y tendencias. Esta biografía de Fernando III el Santo demuestra lo equivocado de muchas de esas apreciaciones, dado que se puede escribir «una buena historia», que nos lleve a la Andalucía del siglo XIII y por los vericuetos de un recorrido vital sin perder por ello de vista los horizontes historiográficos actuales.
Para concluir, el acróstico Ferrando que se conserva en el Setenario de Alfonso X, resume la figura del rey santo en los siguientes términos:
-
Fe.
- Entendimiento para conocer a Dios.
- Reciedumbre de voluntad y de obras.
- Amigo de Dios
- Nobleza de corazón en todos sus hechos.
- Derechurero y leal tanto en palabras como en obras.
- Ombre de buenas maneras y costumbres